Budines: historia, variantes y curiosidades

El budín es un postre sencillo y, sin embargo, increíblemente rico, que atraviesa los siglos y las culturas. Pero ¿cuántos conocen realmente su historia? ¿Y cuántas versiones existen?
El budín, hoy considerado un postre, en realidad nació en un contexto muy diferente. Sus raíces se remontan a la Edad Media, y su nombre proviene del francés antiguo boudin, que significa “embutido”. De hecho, los primeros “budines” eran preparaciones saladas, similares a pasteles horneados, que contenían pan, sangre animal, vísceras o cereales, todo cocido en envoltorios naturales como intestinos de animal. Era un plato rústico y nutritivo, nacido en una época en la que nada se desperdiciaba y cada ingrediente debía aprovecharse al máximo.
Solo con el tiempo, especialmente a partir del siglo XVIII y XIX, el budín adquirió una identidad dulce. Gracias a la difusión del azúcar y a la creciente disponibilidad de leche y huevos, comenzaron a aparecer las primeras recetas similares a las actuales: cremas espesas, cocidas al baño maría, aromatizadas con vainilla, cacao o café. Con la llegada de los sistemas de conservación basados en el frío (los antecesores de los modernos refrigeradores), se puso de moda servir los budines fríos, utilizando moldes decorativos para embellecer las preparaciones.
Una de las razones por las que el budín sigue siendo tan apreciado hoy en día es su extraordinaria versatilidad. Cambiando algunos ingredientes o el método de preparación, se pueden obtener resultados muy diferentes, adaptables a cada necesidad. Está el budín preparado desde cero, con leche fresca, azúcar, huevos y almidón, para quienes aman cocinar en casa y dedicar tiempo a la repostería tradicional. Para quienes tienen menos tiempo pero no quieren renunciar al placer del budín casero, existen los preparados en sobre: una mezcla ya dosificada de ingredientes secos que, al mezclarse con leche y llevarse a ebullición, ofrecen un postre listo en pocos minutos, ideal para un final de comida delicioso o para una fiesta infantil. Y luego están los budines envasados, los que encontramos en el supermercado, listos para disfrutar en prácticos vasitos monoporción. Perfectos para la merienda o un tentempié rápido, son una solución cómoda y segura, con una variedad de sabores que va desde los grandes clásicos hasta las versiones más modernas.
Uno de los ingredientes básicos del budín ha sido siempre la leche. La más utilizada es naturalmente la leche de vaca, por su cremosidad y sabor delicado, pero en algunas zonas de Italia y del Mediterráneo también se utiliza leche de oveja o de cabra, que aportan al budín una nota más intensa y rústica. En los últimos años, con la creciente atención a las intolerancias alimentarias y a las decisiones éticas, se han vuelto muy comunes también los budines a base de leche vegetal. Leche de soya, almendra, avena, coco o arroz son alternativas sabrosas y ligeras, que se adaptan perfectamente a este tipo de preparación. Con la adición de agar-agar (un gelificante natural derivado de algas), se obtiene una consistencia similar a la de los budines tradicionales, sin necesidad de usar derivados animales.
Estas versiones, además de ser más inclusivas, también abren nuevas posibilidades creativas: la leche de coco aporta un toque exótico, la de almendra añade una nota dulce y aromática, mientras que la leche de avena ofrece suavidad y un ligero matiz tostado.
En resumen, ya sea que se prepare para una cena elegante, una merienda en familia o una pausa dulce durante el día, el budín sigue siendo uno de los postres más queridos. Su fuerza está en la simplicidad: pocos ingredientes y se derrite en la boca. Y es precisamente gracias a esa simplicidad que el budín continúa, tras siglos, siendo protagonista en nuestras cocinas. Un postre que cambia con nosotros, pero que nunca deja de hacernos sentir en casa.